Corría el año 1988 cuando Javitxu me animó a hacer un curso de parapente. A los dos nos llamaba mucho la atención y veíamos que ese artilugio era el metodo ideal para bajar de las montañas. En aquel entonces era lo que nos gustaba y nos motivaba. Nunca fuimos unos grandes alpinistas pero alguna cosa ya hicimos tanto en Europa como en África y Estados Unidos.
El se encargó de todo, contactó con una de las escuelas que por aquel entonces funcionaban: Escuela vuelo Sopelana. También funcionaba la de Gonzalo, artífice de los parapentes Holártica, pero se decidió por la escuela Sopelana. Como monitores en aquel entonces estaban: Jesus Llanos, Alberto Posadas y también colaboraba Carlitos García. A nosotros nos estuvo aguantando Alberto Posadas.
Los parapentes los podéis imaginar, hace poco saqué uno para que lo vieran las nuevas generaciones y nos comentaban que si estábamos locos. Era lo que había. Todavia recuerdo el parapente de mi tocayo, una maravilla de siete cajones.
Los cursos no estaban tampoco muy estructurados pero creo que hoy tampoco lo están mucho. Aquello duró lo que duró, mi primer vuelo de altura mejor ni lo cuento para no quitar las ganas al personal.
Curso terminado, ¡Julia, Julia traeme un parapente! ¡rápido, rápido! Que ilusión cuando me lo entregó, nueve maravillosos cajones, dos hermosos elevadores y una maravillosa silla. Lo bueno que tenía es que en los cajones podían vivaquear nueve personas y con los suspentes se podia improvisar un rapel.
El gramaje de la tela parecia del que utilizan los bomberos en sus toldos de rescate, pero en aquel entonces me parecio lo mejor de lo mejor.
Nosotros con nuestros amplios conocimientos nos enfrentamos a nuestras nuevas aventuras, subir al monte andando y hacer nuestros maravillosos descensos. Tampoco voy a contar la fineza, mas que fineza parecia aspereza. Te quedabas a media ladera como no te decidieses por una cima un poco vertical. También podias coronar la cima de algun árbol. Pero el caso es que seguíamos hacia adelante...