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Cabeza de La Parra. Cuando uno mismo es objeto de estudio.

por superop
15/8/2013

Supongo que la gente del mundillo estará al tanto de lo que este verano se está haciendo en Cabeza de la Parra.

Para el que no lo sepa, Cabeza de la Parra es un monte situado cerca de El Tiemblo, pueblo cercano a Cebreros y por ende, al vuelo de Arrebatacapas, un clásico de la Zona Centro española.

Arrebatacapas tiene un desnivel de unos 555 metros, el despegue está orientado a S-SE.

Cabeza de la Parra, por el contrario, tiene alrededor de 900 metros de desnivel, con el despegue orientado a N-NE.

Cabeza de la Parra era un vuelo frecuentado hace unos años, allá por los 90, cuando los que volábamos íbamos a la zona y según viéramos las condiciones, subíamos a un sitio o al otro. En aquellos tiempos Internet era algo desconocido, y mucho más para mirar previsiones de nada.

El vuelo de Cabeza de la Parra sorprende por su belleza. La cercanía del embalse del Burguillo y la altura del despegue, hacen que sea una delicia simplemente subir ahí.

Pero… En 1996, el valle de Iruelas (valle situado a la izquierda de Cabeza de la Parra), es declarado Reserva Natural y se prohíbe el vuelo automáticamente.

Ya sabemos lo dados que son los leguleyos españoles a prohibir todo lo que de entrada desconocen, sobre todo si lo que hay que prohibir solamente afecta a unos pocos que no sean políticos ni terratenientes.

Bueno, la causa de la prohibición es que en dicho valle se asienta una comunidad de buitres negros, una de las más importantes de Europa, y también al menos dos parejas de águila Imperial, especie en peligro de extinción.

Todos los que volamos hemos tenido encuentros con buitres, creo que ninguno podemos decir que se asusten o se sientan intimidados por nosotros… más bien, les provocamos cierta curiosidad, se acercan y al final se acaban yendo, quizá aburridos de nuestra torpeza.

Lo de las águilas es otro cantar… Son territoriales. Atacan si se ven amenazadas a ellas o a sus crías. Yo nunca he tenido un encuentro de esos, y espero no tenerlo…

Obviando el tema de las aves (fácilmente solucionable regulando las épocas de vuelo para no interferir con las épocas de cría, como en muchos otros sitios de España y del mundo), hay otro dato todavía más curioso:

La zona donde se encuentran las aves (el valle de Iruelas propiamente dicho) es un tremendo venturi, un valle cerrado, a sotavento de la zona de vuelo. Es decir, que no se vuela ahí. Se vuela hacia el pueblo de El Tiemblo, fuera de la Reserva.

Para que quede más claro, adjunto un plano donde he dibujado el despegue, el recorrido usual del vuelo, y la toma. En verde, está marcada la zona de Reserva. (Para el que le interese, el plano original se puede descargar aquí).

 Durante todos estos años, se ha estado luchando por hacer entrar en razón a las autoridades, y que se convenzan de que no representamos ninguna amenaza para las aves. La lucha ha sido capitaneada por Chuchi, bien conocido en el mundillo.

Bueno, pues no sé si ha sido por la crisis que busca nuevas formas de negocio, o por la cabezonería de Chuchi… el caso es que se ha conseguido que se realice un estudio de impacto medioambiental en la zona, realizando vuelos controlados y con biólogos observando el comportamiento de las aves. Del resultado de ese estudio, aún en marcha, dependerá que se reabra o no la zona de vuelo.

Mientras tanto, unos cuantos voluntarios nos hemos apuntado a ser los “especímenes objeto del estudio”, los observados por ocultos ojos para ver cuán nocivos somos…

El sábado pasado las condiciones meteorológicas eran las adecuadas para realizar el vuelo, y allá que fuimos, Alioth de acompañante y yo de “volátil”.

Al llegar al despegue, un montón de recuerdos me vinieron a la memoria, antiguas aventuras, viejos vuelos, sensaciones olvidadas, amigos que estuvieron ahí conmigo y se fueron ya a volar a otras dimensiones del éter…

Pero, sobre todo y ante todo, la vista en el despegue:

Como podéis ver, el pantano tiene un protagonismo indiscutible, y justo enfrente, ahí abajo, se ve Arrebatacapas, empequeñecido. No se aprecia muy bien, pero he marcado Arrebatacapas y Cebreros a la derecha, para ubicarlos mejor.

Pronto nos preparamos para el despegue, aquí estamos los que ese día nos reunimos para realizar el estudio:

 Una vez en el aire, resultaba curioso contemplar Arrebatacapas desde “el otro lado”:

 En mi primer vuelo por la mañana, pude comprobar la oxidación que me recorre el cuerpo, primero haciendo un despegue con un trote cochinero nada elegante y luego, abriéndome demasiado al valle “aprovechando” toda la descendencia, lo que me impidió llegar a la toma oficial y teniendo que buscarme un pequeño campito improvisado en las afueras del pueblo que no tuviera cables, vallas, arbustos…

Aterricé sin novedad, contento por haber volado otra vez allí después de tanto tiempo, pero un poco frustrado por no haber llegado a la toma.
El día estuvo muy bien, dio para tres vuelos. Yo, debido a las pocas horas que llevo este año, decidí no salir a mediodía. Ese placer lo disfrutaron el resto de integrantes del estudio, que se dieron buenos paseos, aterrizando algunos incluso en la toma oficial de Cebreros.
Ya por la tarde, volvimos a subir a por el último vuelo del día.
Al llegar al último kilómetro de subida, casi en la cumbre, pudimos contemplar admirados a un grupo de buitres girando una térmica a sotavento. Estaban casi a nuestra altura, y muy cerca, lo que nos permitió recrearnos en su majestuosidad y en su formidable capacidad de vuelo…

El despegue seguía suave y encarado, así que sin prisa pero sin pausa, nos preparamos y volvimos a salir.

El día estaba transparente, se veía perfectamente hasta los confines del horizonte… El pantano, de un azul intenso, marcaba con su serenidad el punto de color diferente, mostrando en su seno pequeñas embarcaciones que con la distancia parecían estáticas, asemejando el conjunto a un cielo invertido con sus estrellas y sus cometas…

Y, por fin, una buena ascendencia. La capturo y me apego a ella. Subo, subo… Progreso hacia el valle, prácticamente en la vertical de El Tiemblo.
El paisaje ahora se ve plano. Los relieves, casi han desaparecido. Abajo, muy abajo, El Tiemblo, convertido en un callejero de bolsillo. En la plaza de toros parece que hay un concierto. El centro del ruedo está ocupado por algo que podría ser una orquesta. No me llega su sonido. No me llega ningún sonido.
Miro un poco más al frente, descubro la gran antena de Robledo de Chavela, de 34 metros de diámetro, apuntando a algún distante objetivo, quizá en Marte… Complicado tren de datos que unen dos mundos.
Para mí, ahora, no es más que un pequeño champiñón blanco, perdido entre otras tantas cosas.
Más lejos, se aprecia la silueta de Madrid y sus Cuatro Torres, surgiendo del suelo como los descarnados dedos de un cadáver mal enterrado… No sé, siempre que las veo me evocan algo siniestro, y en esta ocasión, igualadas entre ellas por la distancia, no me recordaban otra cosa.
Entonces recordé una frase acuñada por Antoine de Saint-Exupéry: “Yo vuelo porque libera mi mente de la tiranía de las cosas pequeñas…” Y la comprendí en todo su significado. Por fin.
Seguí disfrutando del vuelo, viendo a los otros integrantes del estudio volando también. En ese momento no éramos integrantes de nada. Éramos integrantes de un todo. Supongo que algún biólogo estaría contemplando la escena, no sé si entendiéndonos, y vigilando a las aves, no sé si detectando pasividad en ellas ante nuestros paseos.
Poco a poco llegué a la toma. El vuelo había acabado. Pero un duro caparazón de pensamientos largo tiempo coagulados se me había desprendido, quedándose para siempre hecho añicos en el aire. Mi sonrisa, la sonrisa especial de quien ha volado, volvió a mi cara.
Esperemos que este estudio dé sus buenos frutos y se demuestre que no somos dañinos, que podemos convivir… Porque este vuelo merece la pena ser repetido.