Tras una experiencia tan bella no podía resistirme a repetir, al igual que los compañeros que volamos en biplaza. Así pues, tras un mes de espera por distintos motivos, nos volvimos a juntar los cuatro, así como otros cuatro más.
Llegamos a Àger a última hora de la tarde con el cielo encapotado. Tras instalarnos en el hostal empezamos a preparar un pica pica a base de bocadillos, patatas, bebidas
.etc. El cielo que habíamos visto no prometía, pero por lo menos nos echaríamos unas buenas risas. Para ganar luz en la salita, decidimos abrir un ventanal. Cual fue nuestra sorpresa al ver que enfocaba directamente hacia el atardecer. El espectáculo nos quitó la respiración, me quedé extasiado admirando la sublime belleza del atardecer; hacía fresco y lloviznaba, pero nada de eso importaba.
La noche transcurrió, cómo no, entre buenas risas. Al menos yo me reí un buen rato cuando alguien preguntó: ¿todo el mundo ha traído su silla?. Yo inocente de mi, seguí comiendo mi bocadillo como si la pregunta no fuera conmigo, consciente de que en mi habitación solo había visto una, y esa la había cogido mi compañero de habitación. Sin embargo, poco a poco, todo el mundo afirmó haber cogido una silla de su habitación, y como dormíamos en habitaciones dobles
eso solo podía significar que yo no había cogido mi silla. Huy, huy, huuuy
pensé: a ver si se olvidan del teeemaaa y seguí con mi bocadillo completamente absorto y ajeno a los comentarios
hasta que pasó lo que tenía que pasar. Alguien preguntó: Ignacio, ¿has cogido tu silla?, mierda, me habían pillado. ¿Yoooooo?, si claro
contesté mientras intentaba contener la risa. Sin embargo mi compañero sospechó de mi no sé por qué- y se fue a la habitación a comprobarlo. Desde luego ¡¡a quién se le ocurre dudar de mi!! ¡¡qué ofensa!! Jajaja. Y encima, va y mi compañero aparece con la silla, ¡¡qué desfachatez!! Jajaja. Eso ya fue el descojone y la risotada general.
El día siguiente amaneció con las lomas llenas de bruma, aquello no pintaba muy bien. De todas formas, seguimos con el plan y nos fuimos de excursión por el Congost de Montrrebei, pues el plan era saltar en parapente después de comer. La excursión fue muy agradable, aunque no nos dio tiempo a recorrerlo todo, dado que habíamos quedado con otro grupo para comer a la una en un restaurante de Àger.
Finalmente, por la tarde, nos reunimos en Cal Maciarol con la cuadrilla de Jordi Marquillas. Éramos ocho para saltar y otros tantos que venían a ver, de modo que se organizaron dos grupos de cuatro. Yo casi sin darme cuenta subí a la furgo, pero claro, mejor que saltaran antes los novatos, ya habría tiempo de saltar luego. El resto nos pusimos a charlar y jugar a cartas en el bar en espera de que el primer grupo subiera e hicieran el salto. Al parecer, les dieron un largo paseo del que todos salieron con una amplia sonrisa, a pesar de los gritos que oíamos con las piruetas que el equipo de Jordi les daban para perder altura. Desde abajo jugábamos a reconocerlos por los gritos pues no sabíamos quién volaba en cada parapente jajajaja.
Por último nos llegó el turno a dos veteranos y un par de novatos. Yo guardaba tan grato recuerdo de la primera vez, que le pedí a Jordi volver a volar con él, a lo que no puso ningún problema. Uno de los novatos salió en seguida, casi se podría decir que pilló por sorpresa al monitor. Me soprendió la ilusión con la que corría. Luego saltó mi compañero de habitación, que al igual que yo, repetía. Luego salieron los alumnos de la escuela y quedamos dos por saltar en el despegue, una mujer y yo. Para mi sorpresa, me encontré con un hombre en silla de ruedas que iba a saltar solo. Ver aquello, me impactó. ¡¡Qué fuerza de voluntad!! Eso demuestra una pasión por el vuelo y un espíritu de superación enormes. Recuerdo que le ayudé a poner las bandas en su silla siguiendo sus intrucciones, para luego tirar de su silla entre Jordi y yo para que despegara. Le llegó el turno de saltar a la mujer, quien tuvo bastantes problemas para salir, siempre acababa sentada en el suelo. Al final Jordi, se puso a ayudarlos y tirando de la chica se quedó enganchado y por poco se va abajo.
Llegó mi hora, iba con pantalones cortos pensando que no tendría frío, pero me equivoqué pues se había hecho tarde y el sol se estaba poniendo. Despegué viendo el atardecer. Esta vez, sí que pude lograr sentarme con la técnica que me dijo Jordi y que todos los pilotos usamos. El vuelo fue un simple planeo, y estaba muerto de frío, pero ¡¡qué paz!! Al llegar sobre el campo de aterrizaje, de nuevo Jordi me obsequió con la pregunta del millón: ¿unes virolles? Sí, contesté yo. Ya no solo no me sorprendió, si no que disfruté un montón. El momento quedó inmortalizado con fotos y vídeo.
Por la noche, los que nos quedamos (tres se fueron para Barna), celebramos los saltos con más risas y fiesta en el hostal.
Al día siguiente, todavía tuvimos fuerzas para salir en Kayak, y darnos un buen paseo mientras otros recorrían el congost en dirección contraria a la que lo habíamos recorrido el primer grupo el día anterior. En el Kayak estaba yo cuando recibí una llamada de uno del otro grupo para saber dónde y qué comeríamos. Acordamos comer bocadillos en el hostal ya que según me habían dicho, que habían hablado con la dueña del hostal para que los preparara. Me extrañó por que a mi me había dicho que ella no hacía bocadillos. Extrañado, seguí con lo mío y tras el recorrido y el baño, nos reunimos con el otro grupo para efectivamente ver que ¡¡¡NO hacía bocadillos!!! Grrrrr. Tuvimos que comer en el restaurante bien tarde y aún gracias. Encima a uno de los colegas se le ocurrió preguntar a la dueña si es que habían cambiado de cocinero por que la comida no estaba tan buena. A lo que la dueña respondió. ¡¡Oiga, que la cocinera soy yo!! Jajajaja. ¡¡Para que luego digan de las sillas y los bocadillos invisibles!!