Un día bueno.
El calor que las marmóreas rocas de la zona habían ido acumulando durante la jornada, poco a poco se iba liberando de nuevo, ascendiendo al unísono, convirtiendo el valle en una gigantesca ascendencia. Gigantesca y suave a la vez.
Restitución.
Desde la zona de despegue se puede ver el aire en el valle, denso, formando una tenue bruma vespertina, que hace que el horizonte, el paisaje, se desdibuje en tonos grises, como un velo que cubre todo para protegerlo de la noche venidera y que así conserve su color real para ofrecerlo al despertar del siguiente día.
Condiciones de ladera en el vuelo de poniente.
Decidimos despegar mi amigo y mi amada en el biplaza, yo con mi propia ala. Primero ellos, luego yo.
Cuando quise buscarles, eran los mas altos de todos en la ladera. Y éramos siete u ocho.
Compenetración total entre ellos. Girando con absoluta precisión, sin perder un ápice de altura. Como un vals perfectamente ensayado.
Yo mientras tanto, animo a mi vela. Tenemos que encontrar una ascendencia que nos permita subir donde están ellos… las ascendencias son muy suaves, los núcleos son pequeños y hay que ser muy suave para no perderlas… Gira plano, pequeña… más cuerpo y menos mando… poco a poco consigo metros… Cinco, diez, veinte, cincuenta… cien.
Pero ellos siguen ahí, un poco más cerca, sí, pero inalcanzables en su balcón privilegiado… unos cincuenta o sesenta metros por encima de mí…
La tarde poco a poco va apagando los motores que mueven el mundo; el sol decide empezar su retirada tranquila… la restitución del valle empieza a ser más suave, más suave, más suave… como las palabras de un hipnotizador que hace sucumbir en un extraño sopor a quien le escuche… pequeños resquicios de viento meteo de norte están empezando a aparecer, con la misma suavidad y silencio que el viento de oeste deja ser invadido… es imperceptible.
Paulatinamente, todos los navegantes aéreos vamos perdiendo altura. Pero por supuesto, ellos dos en su tándem son aún los más altos, aunque cada vez, por fin, mas igualados.
Estamos unos ochenta metros por encima y por delante de la zona de despegue.
Al advertir que ya todo se empieza a acabar, mi amigo decide efectuar un tres sesenta para perder un poco de altura, ponerse a mi nivel y después culminar en un viaje final paralelos hasta la toma.El giro, perfecto, abierto, sereno, tal como es su estilo de vuelo.
Yo les observaba atentamente.
Entonces, inexplicablemente, su vela desapareció, arrugada y vacía, detrás de ellos.
Yo les observaba atentamente.
Gritos se oían en la serena tarde.
Yo les observaba atentamente.
No tenía explicación a lo que estaba sucediendo. La vela parece que quiere recuperarse.
Un segundo.
Yo les observaba atentamente.
Yo les observaba atentamente.
La vela está casi arriba. Y entonces, impactaron en la ladera, volando hacia atrás debido a la configuración de la vela. Mi amigo primero, mi amada justo a su lado.
Los dos rebotan y vuelven a caer del lado izquierdo. Veo el casco rojo de mi amada cómo se mueve, zarandeado. Lo tomo como referencia.
Luego, paz.
Yo les observaba atentamente.
No se mueven.
Siguen sin moverse.
Yo les observaba atentamente.
Decido aterrizar al lado de ellos, YA.
Me acerco, perdiendo altura, con giros cerrados y descontrolados. La restitución hace su trabajo, impidiéndome tomar. Mi querida vela me está enseñando con su lenguaje una lección de cómo jugar con una ladera sin tocarla. ¡AHORA NO!¡NO ME ENSEÑES NADA AHORA!¿NO LO ENTIENDES?¿NO ENTIENDES QUÉ ESTÁ PASANDO?
Entonces me lo encontré.
Mi vela, sin presión. Mi ala, sin querer volar. Levanto los frenos, vuelve a sustentar. Estamos volando dentro de la causa que hizo que mi amigo y mi amada se fueran al suelo.
Me tengo que ir de ahí.
Noto que estoy gritando, no sé el qué.
Noto que estoy respirando muy deprisa.
Noto que si sigo así, seremos tres impactando en el suelo. (¿Importa?)
El sentido común, muy a mi pesar, en ese momento irrumpe.
MÁS AÚN, VETE A LA TOMA. NO TIENES ALTURA PARA ATERRIZAR EN OTRA PARTE.
Ellos no se mueven, ya hay gente alrededor, entre ellos, la mujer de mi amigo.
Aún así, grito: ¡QUE NO SE MUEVAN!
Pero es que percibo que no se mueven.
Por la emisora, me comentan que están conscientes; ella tiene mucho dolor en un tobillo, él se queja mucho de la espalda, pero mueve las extremidades.
Yo, derrotado, inútil, convidado de piedra, solo valgo para decir que me tengo que ir a la toma, y que alguien vaya a buscarme.
Pero la restitución sigue. Llego a la toma con la misma altura.
Quiero bajar ya.
¿Barreno?
Mi sentido común, otra vez… Si barreno en mi estado, probablemente llegue al suelo sin capacidad de recuperarla.
Mejor giros cerrados, pero sin llegar a barrenar.
La luz mortecina del día me sigue mientras tanto enseñando su lado gris. ¿Por qué me está poniendo ese velo de luto, si no hay motivo? ME NIEGO A QUE HAYA MOTIVO.
Por fin bajo. Poco a poco. Cuando quedaba ya poca altura, pienso que podría haber metido orejas.
Concéntrate en el aterrizaje. Suave, suave… perfecto.
Siempre que aterrizo, me siento que vuelvo a la realidad, al ser terrestre torpe y un poco inútil que soy… ahora me siento, además, derrotado.
Me recogen.
Cuando llego a la zona donde ocurrió todo, ya es de noche. Ya está la ambulancia atendiendo. Pero yo he sido un mero espectador pasivo de todo. Me cuentan los médicos que no están mal, que podría haber sido peor…
Alioth se recupera de una fractura “noble” de tobillo y diversas contusiones y contracturas en la espalda. Nada que no se solucione con reposo.
Oce tuvo que ser intervenido quirúrgicamente para sujetarle dos vértebras. No ha tenido lesiones medulares, y aunque su reposo y rehabilitación serán más largos, las perspectivas son muy optimistas y parece que no le quedarán secuelas.
Ambos se han prometido repetir ese vuelo cuando se recuperen...
Unos días después, volví a la zona.
Quería saber qué pasó.
Recreé la dirección del viento aquel día. Zona de vuelo: Loja (Granada). Despegue de poniente. Orientación Oeste casi perfecta. Si el viento entra un poco cruzado de norte, como aquél día en el momento del incidente, hay una loma con una cantera a la derecha que puede producir turbulencia.
Oce y Alioth tuvieron la mala suerte de hacer un tres sesenta y acabarlo justo encarados a ella y dentro de esa zona de turbulencia. En la leve trepada que esa maniobra tiene, se produjo una pérdida dinámica y no tuvieron suficiente altura ni tiempo para recuperarla.
Desde luego, el tener buenas sillas tanto de piloto como de pasajero, les salvaron de tener consecuencias fatales.
Lo más gracioso de todo es que si hubieran pasado volando normalmente por ahí, sólo habrían notado movimiento… si hubieran hecho ese giro cincuenta metros mas arriba, nada habría pasado. La existencia de esa turbulencia no era para nada evidente, al menos para mí en aquel momento.
Bajé hasta la zona del accidente para verlo mejor.
Entre las piedras del suelo, encontré una pluma dorada. No era la pluma azul del libro “Ilusiones” de Richard Bach, pero era dorada. Y es que deseaba encontrar una explicación a todo.
Los tres creo que necesitábamos aprender cosas con esto. Alioth, paciencia y parar su actividad un poco; Oce, más paciencia y parar su actividad más todavía. La dosificación adecuada para cada uno.
Y yo… que tengo que valorar más las cosas que doy por hecho en mi vida, porque en un solo momento, las puedes perder… de un plumazo.