La Comunidad Virtual de Parapente y Paramotor

Una historia sencilla

por superop
29/7/2008

Hoy voy a contar una historia de ilusión por el vuelo, de simples ganas de compartir estados de ánimo, de ser parte del todo en el que estamos inmersos...
Y es, sencillamente, una fábula.

Había una vez un pequeño pajarillo de torpe vuelo, el cual era feliz simplemente dando esos "saltos largos" que él consideraba grandes planeos. Le llenaban y los disfrutaba plenamente.
Asimismo, también disfrutaba viendo los vuelos de las grandes aves, admiraba su estilo, su capacidad de hacer distancia, su gallardía. Podía pasarse horas mirándolos, contemplando sus evoluciones aéreas hasta que desaparecían por el horizonte, o hasta que se confundían en el cielo cuando se iban acompañando una nube.
En una ocasión, el pajarillo cayó enfermo. Una debilidad extrema le estaba impidiendo incluso aletear en las mismas laderas que en otras ocasiones habría sobrevolado. A duras penas podía mirar esos paisajes sin que automáticamente se le llenasen los ojos de lágrimas de añoranza.
Como las desgracias nunca suelen venir solas, al pajarillo se le rompió un ala. Ahora sí que se había quedado en tierra. Ya ni con las pocas fuerzas que le quedaban podría separar sus patas del suelo.
En el fondo, sabía que todo eso era temporal, que su ala sanaría y que su enfermedad pasaría, sus fuerzas volverían a ser las de antes...
Pero no podía evitar esa tranquila desesperación que le desasosegaba.
Aún así, iba con su mujercita a todas partes, porque ella sí podía volar. Y cuando ella volaba, en el fondo volaba él también. Y salieron un buen día de su nido ("el ñeru", le llamaban ellos), a una concentración y campeonato de vuelo, donde las mejores rapaces y las aves más competitivas iban a medir sus capacidades.

El pajarillo estaba emocionado. Tanto colorido en el cielo le tenía desbordado. Y no hacía más que charlar con otras aves que también habían ido a ver el evento. Aves a las que conocía por haberse comunicado con mensajes llevados por palomas, o a las que sólo conocía por referencias.
Y se dio cuenta de que no todas las grandes aves voladoras son seres distantes e insulsos. De hecho, eran sencillos, accesibles, eran felices y les gustaba compartir esa felicidad.

Uno de ellos, al ver el estado del pajarillo, le dijo: "Si quieres, sube conmigo, y te llevo a volar con todos".


El pajarillo le miró con ojos renovados. Pero sabía que podría condicionar el vuelo de ese ave. No hizo demasiado caso y dejó que se fuera a volar solo.
Esa misma tarde, el pajarillo estaba otra vez en el despegue. Había unas condiciones de ladera perfectas. Y volvió a aparecer otra vez el mismo ave.
"Bueno, pues ahora no te escapas... agárrate, que te llevo a volar."
Y salieron.
Fue mágico. La ladera sujetaba suavemente, iban de un lado a otro a capricho, integrados con las otras aves como una más, todos bailando un vals en conjunto e individual a la vez... Entonces salió la mujer del pajarillo a volar.
Era la primera vez que compartían la ladera juntos, que pasaban el uno al lado del otro, que se veían y saludaban en vuelo.
El sol, poco a poco, en su descenso, iba alargando las siluetas de las rocas sobre los valles, y proyectaba extrañas penumbras que unían las nubes a sus sombras en el suelo...
Analizó por qué un ave que volaba tan bien sola, optaba por cargar con un peso extra tan alegremente.
La razón era bien simple: A ese ave le gustaba volar. Pero más aún, sabiendo lo mágica que es esa sensación, le gustaba compartirla con cualquiera que estuviese dispuesto. ¿Y quién puede estar más dispuesto que un pajarillo?
Desde luego, ese viejo ave sabía apreciar el vuelo en su plenitud. Posiblemente, no era el mejor de todos los que al concurso se presentaron; de hecho, ni siquiera competía. Pero posiblemente sabía disfrutar y comunicar su disfrute como pocos. Y posiblemente, no estaba en su objetivo competir, al menos en esa ocasión.

Llegaron al fin al suelo torpemente, con tropezón incluído; el pajarillo era otra vez esa bolita con su ala rota, y el gran ave parecía uno más. No se le apreciaban signos externos de grandiosidades ni de necesidad de aplausos por su vuelo. Simplemente, había disfrutado ese vuelo tanto como si hubiera ido solo. Pero la diferencia de ir solo o no, es que así había hecho a otro feliz...

Pues el pajarillo ha dejado de lamentarse por su estado; mira por la ventana de su ñeru y el pecho se le hincha porque sabe que pronto podrá recuperarse y estar con su mujercita compartiendo ese aire, viendo cómo las grandes aves vuelan y, quién sabe, a lo mejor se cruza con un majestuoso ave que, si uno se fija bien, está llevando a un ser feliz con él...

GRACIAS, OSKARBIERZO.