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13/4/2011   Agresión a Casilda.
por superop

Mi mujer y yo compartimos vela desde siempre. Cuando salimos los dos solos, uno conduce y el otro vuela.

Pero las cosas evolucionan, y los cuerpos también... La temporada pasada me di cuenta de que yo iba nueve kilos por encima del máximo de la vela, que aunque es una DHV1, pues me penalizaba bastante en térmicas flojas, o en despegues cortos...

Así que decidimos que no había más remedio que tener dos velas.

Este sábado pasado la estrené, una Ozone Buzz Z3.

Homologación: DHV 1-2, EN B.

Bueno, posiblemente ahora mismo esté siendo demonizado por más de uno... “¿O sea, que dices que llevas volando desde 1991, y te compras una 1-2 baja?”

Pues sí.

Porque hay que tener claro, por encima de todo, el estilo de vuelo de cada uno.

Las velas DHV 1 de hoy día vuelan una barbaridad, de lo único que pueden pecar es de ser algo lentas en ciertas situaciones, y una vela 1-2 básica, como ésta, tienen algo más de agilidad general, tanto en giro como en velocidad, que las permite ser perfectas para vuelos de recreo.

Porque yo hago vuelos de recreo, lo he dicho mil veces, y con ésta, mil una.

Y nunca entenderé esa presión a la que los voladores veteranos someten a los noveles cuando, después de su primer año, con cincuenta vuelecillos, les animan a cambiar a una 1-2, y a ser posible, puntera... Porque probablemente a esos voladores nuevos se les está induciendo a un error y justo en el peor momento, cuando están en esa etapa de “Esto está dominado...”

Volviendo a la Buzz Z3, el sábado le hice dos vuelos de estreno.

Como descripción general, los acabados tienen toda la tecnología disponible actualmente, incluyendo incluso unas varillas (muy cortitas, eso sí) en el borde de ataque que la conforman en el preinflado.

Como dato curioso, el suspente sacacorbatas (el que va directamente a los estabilos) está en las bandas C en vez de en las B, y es rojo.

Esta vela infla compacta y sin prácticamente viento, quedándose encima de la cabeza sin tendencia a adelantar. Para mi gusto, infla como yo quiero que una vela infle. Que no me sea técnica.

Al aire sale en dos pasos (quizá ahí esté sobrevalorando esta vela, ya que vengo de otra en la que iba pasado de peso). Pero me saca al aire sin problema, que también es lo que busco.

Una vez en vuelo, me siento perfectamente integrado con ella, las pequeñas turbulencias de las incipientes térmicas que había ese día y a esa hora (por la mañana), las transmite sanamente y sabes qué plano es el que “ha entrado” en la térmica. Claro, me tengo que acostumbrar ahora a ello, en vuelo recto y nivelado tiendo a pendulear un poco. Cuestión de dejarla respirar a la pobre...

En vuelo acelerado, se presenta sana, sólida, el primer pedal entra muy cómodo y penaliza muy poco la tasa de caída. Para mi gusto, la vela corre y corre como yo quiero. No es un fórmula 1, desde luego, pero tiene una velocidad digna.

El giro es tan plano o inclinado como tú quieras que sea, se deja hacer y se siente cómoda en cualquiera de los ángulos que le quieras dar. Responde igual de bien al cuerpo que al mando. Una gozada.

Como resumen, es una vela muy bien ajustada en todas sus características, que permite al volador de placer como yo andar contemplando el paisaje sin estar preocupado por lo que tiene encima de la cabeza, y con prestaciones lo bastante buenas como para hacer un cross si el cuerpo lo pidiera. No llegarías el primero, pero llegarías...

Como conclusión, “es mi vela”...

Algo que me permite desconectar de verdad, evadirme, sentir que sueño que vuelo, pero sin soñar... El mundo resulta irreal.

Pero el mundo es real.

Mi vela se llama Casilda, era el santo del día, es una gracia que a mi mujer le gusta, eso de poner el santo del día a ciertos objetos, y es divertido.

Y yo, el sábado, agredí a Casilda.

En el segundo vuelo, noté perfectamente la compenetración con ella, cómo el paisaje se deslizaba bajo mis pies y el elíptico manto de Casilda, y el mundo tan abajo, tan distante, tan artificial... Me dediqué a soñar, me hacía falta.

En la aproximación a la toma, decidí aterrizar en un campo cercano a la carretera y lo más pegado a ésta, por aquello de no andar demasiado. Pero en mi ensoñación, no detecté que el viento en la toma era nulo.

En el giro final, ya encima de la carretera, sobreestimé el planeo de la vela y fallé mi “blanco” por unos cuatro metros. No son demasiados, diréis, pero toman importancia cuando ves delante de ti y en tu senda de planeo, a unos pocos metros, una furgoneta aparcada y vas directo y a toda velocidad hacia ella.

Al lado, una señal de tráfico.

Entre la furgoneta y la señal, un espacio de apenas un metro.

La única escapatoria, continuar el giro y pasar entre la furgoneta y la señal. Y así lo hice.

Pasé justo, tan justo que ese suspente sacacorbatas rojo que antes mencioné se enganchó en la señal y se cortó. Una décima de segundo después, revolcón sin consecuencias.

Me incorporé y vi el suspente deshilachado, luego miré hacia atrás y vi por dónde había pasado.

Había agredido a Casilda en el segundo vuelo.

Y lo más importante, yo me había agredido a mí mismo.

Realmente, esto del vuelo es tan fácil que permite ensoñar demasiado, hasta tal punto que perdí el concepto de qué es lo que estaba haciendo. Me creí invencible y no es así, la realidad está ahí para demostrarte que tienes que luchar con ella, no huir de ella.

Cuando la realidad en forma de furgoneta y señal de tráfico se me hizo presente, al menos supe reaccionar y elegir la solución menos mala, en el último segundo. Pero no me siento orgulloso de ello.

Por muy “madre” que sea una vela, por benévolas que sean las condiciones, por perfecto que sea el día, nunca, nunca hay que bajar la guardia. Porque puede haber un enemigo oculto e imprevisto, que somos nosotros mismos, que nos puede llevar al desastre: En forma de infravalorar situaciones, o de hacer un giro “raro” para que te saquen en una foto, o chulear delante de los amigotes...

Quiero tener mas cuidado. Me pude haber hecho daño, y mucho. Pude impactar contra la furgoneta o aún peor, contra la señal.

Pude haber enganchado más de un suspente y pivotar contra el suelo debido a ello.

Pero no. Casilda decidió intervenir y sacrificar su suspente rojo, el sacacorbatas, para que sigamos volando los dos.

Ahora le debo una. La están reparando, y para el fin de semana estará de nuevo lista, indiferente, a la espera.

Tengo que demostrarle que soy digno para volarla, y entonces ella me demostrará que se puede soñar y que se puede estar a la vez en la realidad, en sincronía.