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24/2/2013   El avión lo inventaron los hermanos Wright… Wrong?
por superop
Probablemente todos, entre nuestros recuerdos de cancioncillas que nos cantaban en nuestra infancia, sabemos de un personaje que tenía un globo, que lo llenó con aire solo y que no quería bajar a pesar de que le esperaba una comisión que va para Antequera… Este personaje tenía varios nombres según la familia que lo cantase: Edubón, San Dumón, Santo Dimón…
Ese personaje existió realmente. Su nombre, Alberto Santos Dumont.
¿Quién fue ese rebelde que desobedecía la orden de su padre diciendo que bajara del globo?
Era un brasileño, hijo de un multimillonario empresario de origen francés (Henri Dumont) y de la brasileña Francisca Paula Santos. Y os aseguro que si hubiera sido estadounidense, Steven Spielberg ya habría hecho una superproducción sobre su vida, porque creo que es tan interesante que lo merece.
Nació Alberto en 1873 en el seno de dicha familia. El negocio del padre, el café, era muy fructífero. En Brasil sus extensas plantaciones cafeteras y plantas de producción le hicieron ser líder mundial de dicho producto. Debido a ello, Alberto tenía la vida solucionada de por sí.
Era un chaval inquieto, lleno de inventiva y apasionado por todo que fuera maquinaria. Pasaba sus ratos jugando entre las máquinas de la empresa de su padre, observando el funcionamiento de sus intrincados engranajes y ayudando en sus reparaciones y mantenimientos. También hacía lo mismo con las locomotoras que transportaban el café por la hacienda.
Hasta tal punto llegó a comprender los entresijos mecánicos, que le llamaban para aportar soluciones cuando surgía alguna avería.
Bueno, pasaba sus ratos con eso y… Leyendo a Julio Verne. Él mismo reconoce que las primeras lecciones de aeronáutica las recibe de sus libros.
En un viaje a París con su padre, ve por primera vez un motor de explosión y queda fascinado con el invento, hasta tal punto que su padre le concede, a los dieciocho años, la emancipación y le deja ir a París a realizar estudios superiores. Le da el consejo de que no se haga doctor, que se instruya en física, química, mecánica, electricidad… Porque el futuro del mundo está en la mecánica.
Por supuesto, su padre le destina todo el dinero necesario para vivir cómodamente en París.
Sí, no podemos negarlo… Alberto Santos Dumont era de la “jet” francesa… Eso sí, de la “pequeña jet”… Medía alrededor de 1,50 de estatura…
Allí, por fin, tuvo ocasión de montar en globo, sueño largamente perseguido por Alberto y del que se había empapado todos los libros de la época.
Y su genio inventor empezó a florecer. Habló con el constructor de dicho globo y le pidió que le fabricase uno. El constructor le propuso uno de 250 metros cúbicos, y él, cavilando, le sugirió hacerlo de seda en vez de lona, y llenarlo de hidrógeno, con lo que entre unas cosas y otras, salía por 100 metros cúbicos.
El constructor no creía que eso volara, pero se lo hizo.
Unos meses después, el minúsculo globo “Brasil” se elevaba sobre los cielos de París como una pequeña pompa de jabón, con Alberto de piloto, maravillando a propios y extraños… Muchos vuelos con este globo le hicieron comprender que esa forma de volar tenía un límite… Dependía de las corrientes de aire, no podía ir donde quisiera. Pero es lo que había…
Y entonces recordó el motor de explosión, y su inventiva se disparó.
Un globo esférico no valía, tenía que tener forma de cigarro, el motor de petróleo con una hélice le daría el impulso necesario, y un timón la maniobrabilidad. Para alejar las chispas que soltaba el motor y evitar que el hidrógeno explosionara, inventó algo desconocido hasta entonces: El tubo de escape.
A ese globo dirigible, lo llamó “Nº 1”. Original, nuestro pequeño amigo.
Poco a poco fue mejorando sus diseños, de los cuales nacían prototipos que iba numerando sucesivamente: “Nº 2”, “Nº 3”…
Los parisinos empezaron a acostumbrarse a ver sus globos por los aires.
En aquéllos tiempos, un acaudalado desconocido, ofreció el “Premio Deutsch”, cien mil francos destinados al que consiguiera, dentro de los cinco años siguientes, partiendo del parque St. Cloud, volar hasta la Torre Eiffel, rodearla y volver al punto de partida, todo ello en menos de treinta minutos.
El sentir general era que ese premio iba a quedar desierto. El tema de la maniobrabilidad era todavía algo irresoluble. Pero Alberto siguió cavilando… Creó su dirigible “Nº 4”, que no le fue como quería, y luego su “Nº 5”, con el que despega, realiza algunos giros con éxito… Y se lanza a la Torre Eiffel, la rodea y vuelve… Aunque sin testigos oficiales que le cronometrasen. Era el 12 de Julio de 1901.

Pero tenía, por fin, un globo dirigible, y así lo reflejó la prensa con grandes titulares.

Convocó a la comisión del Aero Club para que testificase en una prueba oficial.
Despegó, rodeó la Torre Eiffel, y a la vuelta, sobre el Hotel del Trocadero, el globo perdió presión y se estrelló en los tejados de dicho hotel. Gracias a los cables de acero que usaba (eran cuerdas de piano y de campanario), quedó ileso, colgando de la estructura en un patio del edificio.
Esa misma noche, empezó a diseñar su “Nº 6”. Inventó un nuevo motor más potente, con un globo ovoide más resistente.
El 19 de Octubre de 1901 despega de nuevo, rodea la torre a unos 250 metros de altura, gira, regresa, siempre oyendo el griterío de la multitud que desde el suelo le contemplaba y… Pasa por el punto de partida en 29 minutos y 30 segundos. Entonces, aminoró su velocidad, giró de nuevo, descendió y se posó… a los 31 minutos. Y surgió la controversia de si había ganado el premio o no.

Por la noche, hablando con su amigo el joyero Cartier, le dijo que la pena es que durante el vuelo tenía las manos ocupadas en dirigir el globo, con lo que no podía cronometrar el tiempo que llevaba, ya que no podía mirar su reloj de bolsillo.

Cartier le hizo uno pequeño, con una correa de cuero, que se podía sujetar en la muñeca y así consultarlo sin soltar las manos. Pronto el reloj se popularizó.
Había nacido el reloj de pulsera… El “Cartier Santos” hoy en día se sigue fabricando.
Dos años después, por fin se le concedió el premio Deutsch. Cien mil francos que sumados a otros pequeños premios recibidos, arrojaban un total de 129.000 francos.
Cincuenta mil francos los repartió entre sus ayudantes; el resto, lo repartió entre los pobres de París. Alberto, a pesar de todo, era modesto, austero y con concienciación social.
Con el tiempo, un tal Zeppelin se fijaría en su invento y lo haría a gran escala para poder transportar grandes cargas. Pero eso es otra historia…
Alberto siempre se había preocupado por hacer ingenios de pequeño tamaño. Entonces, atacó otra idea, que en aquél tiempo era tarea imposible: El hacer un aparato volador más pesado que el aire.
Tenía por entonces construido su dirigible “Nº 14”, el cual usaba frecuentemente para ir a visitar a sus amigos a sus casas de campo. También había construido un artefacto más pesado que el aire, pero antes de volarlo quería primero inventar cómo se maniobraba, por lo que decidió adosarlo a su dirigible y así poder hacer pruebas en el aire. A su artefacto, ya que colgaba del “Nº 14”, lo bautizó “14 bis”.

Después de varios ensayos, estaba listo para una prueba real de vuelo.

El 23 de Octubre de 1906, convocados prensa y público en general, el 14-bis despegó y realizó un vuelo de unos 60 metros. El gobierno de la nave lo realizaba mediante una especie de cometa cuadrada en la parte delantera, por lo que la gente que lo vio dijo que parecía un pato. “Canard”, en francés. Por eso en la actualidad, cuando un avión tiene alguna estructura alar en la parte delantera, se le llama “canard”.

 

Fue el primer vuelo registrado por la FAI como el de una aeronave impulsada por sus propios medios más pesada que el aire.

Siguió perfeccionando su invento… Mejoró su maniobrabilidad con unas aletas (“Ailerons” en francés)… por eso ahora lo llamamos “alerones”. Consiguió un vuelo de 250 metros, ganando otro premio.

Y entonces, surgió la noticia de que en Estados Unidos, unos hermanos, los hermanos Wright, habían hecho un primer vuelo de otro aparato en 1903, tres años antes. Y que lo habían llevado en secreto para que no les robasen la idea. Como prueba, había una foto y nueve testigos.
Alberto, evidentemente, se indignó diciendo que qué pensaría Edison, o Graham Bell, o Marconi, si después de que ellos presentaran en público la bombilla eléctrica, el teléfono o el telégrafo sin hilos, se presentase alguien con un ingenio mejor, diciendo que los había inventado antes…
Personalmente, no quiero entrar en controversias, pero sí resulta un tanto curioso que los hermanos Wright no dijeran nada hasta entonces…
Encima, resulta que para poder despegar necesitaban ayuda externa: Un raíl de madera sobre el que se apoyaba un trineo el cual era impulsado por un peso que colgaba de una torre, a modo de catapulta lanzadora. Es decir, el aparato no despegaba por sus propios medios. Eso sí, en 1908, cuando lo presentaron en Europa, con un motor recién comprado en Francia de más potencia, el aparato resultó volar mejor que el de Alberto. En este video se puede ver un vuelo de esa demostración… En la que también se puede ver perfectamente la catapulta mencionada.
Alberto seguiría buscando una máquina voladora más pequeña, y acabó inventando una a base de bambú y seda, que por su transparencia, parecía una libélula… “Demoiselle”, en francés. Era el primer ultraligero.

Nunca patentó ninguno de sus diseños. Más aún, los repartió gratuitamente, porque quería que el vuelo estuviera al alcance de todos. Los planos de la “Demoiselle” se publicaron por doquier, la fiebre de la construcción amateur se disparó… Los “Demoisellistas” empezaron a proliferar por todos los países. Alcanzaba 100 Km/h…

Alberto obtuvo la primera licencia de aviador del mundo. De hecho, fue la primera persona del mundo en tener a la vez los títulos de piloto de globo libre, de dirigible, de biplano y de monoplano.
Los aviones empezaron a evolucionar vertiginosamente. Inventores y pilotos como Bleirot, Garros, Farman… lo hicieron posible.
Y entonces, estalló la Primera Guerra Mundial. Alberto estaba convencido del uso pacífico y de hermanamiento entre hombres por parte de los aviones, y solamente veía el uso bélico de sus invenciones en misiones de reconocimiento aéreo e identificación de submarinos, pero poco más. Su uso debía ser eminentemente pacífico.
Y la enfermedad, en forma de esclerosis múltiple, apareció, minándole. Dejó de volar.
Se retiró a Brasil, recordando depresivamente sus tiempos de gloria pasada.
Pasaba mucho tiempo en soledad, en “La Encantada”, una pequeña casita ideada por él en la ciudad de Petrópolis. Estaba en la Rúa Encantada, de ahí su nombre. En un desnivel del terreno en el que le habían dicho que era imposible construir nada… Pero él se las ingenió.
La casa, aún visitable, está llena de su esencia, de su magia… Como es pequeña, las escaleras son demasiado empinadas como para que entren peldaños al uso, por lo que decidió cortarlos en forma de raqueta. Así abulta muy poco… eso sí, hay que empezar con el pie correcto.

Inventó un calentador de alcohol y una ducha que mezclaba el agua a gusto del usuario.

El escritorio era escritorio de día, y cama de noche.

Y encima del tejado, pasando por una escalera soportada por una viga, tenía su pequeño observatorio astronómico.

Su otra pasión, las estrellas. Pasión que en el Viejo Continente, unos vecinos al verle con el telescopio, pensaron que era un espía. Por esa causa le arrestaron hasta que se aclaró todo, y en un impulso de rabia, al volver a su casa, quemó sus notas, diseños y documentos de sus invenciones.

Y los aviones seguían evolucionando como mortíferas armas de guerra, minando su conciencia, desesperándole… Ya no eran elementos de reconocimiento aéreo, ahora bombardeaban, ametrallaban, devastaban poblaciones.
Aunque también Lindbergh atravesaba el Atlántico en un avión.
Iba de cuando en cuando a Europa, necesitaba cambiar de aires, ofreció un premio de diez mil francos a quien escribiera la mejor obra contra el uso de los aviones en guerra… Sin éxito.
En un homenaje que le hicieron en Río de Janeiro, un hidroavión que portaba famosos científicos e intelectuales de la época, sobrevoló el barco en donde Alberto llegaba. El avión entonces se accidentó sin dejar supervivientes. Alberto se abalanzó hacia los restos, lamentándose por las irreparables pérdidas humanas.
En 1932, la guerra civil estalla en Brasil, cosa que escandaliza a Alberto. Y estando en un hotel de Garujá, vio cómo los aviones de guerra le sobrevolaban para ir a atacar hermanos. Eso le terminó de derrumbar y se ahorcó usando una de las corbatas que tanto había puesto de moda en otros tiempos, en París, cuando volar era maravilloso…
Siempre firmaba como Santos=Dumont. Con el signo igual quería demostrar su amor a sus dos orígenes, brasileño y francés.
Su imagen de personaje discreto, soñador, inventor, con su pequeña estatura, su bigote, su sombrero de Panamá y su cuello alto, me acompañará siempre, os lo puedo asegurar… No puedo evitar asociarle con “El Principito” de otro gran aviador, Saint-Exupéry.

“Saaaantos Duuumont, Santos Dumont inventó un globo,

Que lo pensaba dirigir con aire solo.
Sentado en la silla estaba
Para tomar la dirección
Y cuando más alto estaba su papá le preguntó:
¡Eh Dumont, bajas o no!
No, no y no…
Baaaaja Dumont, baja Dumont que aquí te espera
La comisión que ha de llevarte a la Antequera
Que se vaya adonde quiera, que no me pienso bajar,
Que me pienso dirigir hasta el Peñón de Gibraltar…”